Entre lo público y lo privado

Apenas me estaba terminando de reponer del shock que me causó el enterarme de que Smellinda Linda tuvo que cerrar su magnífico blog público por ciertos problemas (que no me corresponde detallar) relacionado con personas externas y ayer me cayó, como un cubetazo de agua fría, una noticia que provocó que por unos minutos diera vueltas en mi cabeza la idea de «cerrar» ImoqLand y dejarlo por la paz. (Sí, eso está relacionado contigo, R., que seguramente leerás esto, aunque ni te preocupes ni cantes victoria, pues no sucederá).

Por fortuna esa idea no duró más de unos minutos y después de darle una buena pensada decidí que era una tontería. El hecho de que una persona desconocida, que no puede importarme menos que nadie, pero que está relacionada con alguien a quien sí aprecio y me importa, y que le puede llegar a afectar, se haya chutado todo ImoqLand de cabo a rabo y con base en eso quiera hacer comentarios negativos respecto a mí, mi vida, mis relaciones y mi persona me parece indignante. Claro está, yo escribo con nombre y apellido muchas cosas sobre mi vida (y estoy consciente de que tengo publicados prácticamente todos mis datos personales), pero mi blog no se centra en eso; por lo general escribo sobre muchas otras cosas, lo que me gusta, lo que disfruto, lo que percibo del mundo, lo que conozco y lo que se me pega la gana, y siempre he tratado de reservarme las cosas muy personales o incluso dejo de mencionar lo que puede llegar a «afectar» (mejor dicho, a concernir) a un tercero, sea amigo mío o no.

Así que no; habrá ImoqLand para rato (mientras se me siga antojando escribir) y lo mantendré en el mismo tenor. Si acaso ahora lo pensaré un segundo extra para escribir algo más personal, aunque eso nunca me ha afectado: sé que mi blog lo lee al menos uno de mis hermanos (probablemente el otro ocasionalmente), compañeros de trabajo (pues me han hecho comentarios respecto a lo que escribo) y amigos tanto de toda la vida como ocasionales. No me importaría si lo leyeran mis papás ni nadie más. ¿Por qué, entonces, debería preocuparme porque un extraño con intenciones malsanas esté escudriñando mi vida? Me ha costado -mejor dicho: nos ha costado a Ariel y a mí- mucho llegar hasta donde estamos, estar en esta posición de aceptar quienes somos, sin tapujos ni problemas, lo que somos, lo que hacemos y nuestra «forma de vida» como para que llegue un hijo de vecina a querer juzgarnos por lo que hacemos o dejamos de hacer. La gente siempre hablará porque tiene boca para hacerlo. Qué lástima que éste no sea un privilegio reservado sólo para quienes sepan hacerlo. Odio los malditos chismes y a quienes se meten con la vida de los demás.

Entonces, R., sigue leyendo si así lo deseas; piensa lo que quieras de mí (o de nosotros), pero lo cierto es que no nos conoces no tienes idea de nada, no hemos convivido y no sabes cómo somos realmente ni lo que pasa por nuestra cabeza, aunque creas hacerlo con base en lo que escribo aquí. Preocúpate, mejor, por tu propia vida, la cual no me corresponde a mí tampoco juzgar.

Scriptum est.