Una historia de amor imposible y desamor… real.

A propósito de esta fecha tan comercial, estaba recordando una historia de amor (y desamor) REAL que nos contó a Ariel y a mí nuestro amigo Gabriel y la cual me pareció tan… intensa, por no encontrar otra palabra que la comparto con el mundo. Espero que a él no le moleste que lo haga, pero creo sinceramente que una historia de esta naturaleza no debe perderse en la bruma del olvido. Si omito alguna situación o cambio ligeramente lo que nos contó es porque, como siempre, no es lo que sucedió sino lo que yo percibí al respecto :). El nombre de la protagonista no lo recuerdo, así que le llamaré «Eva».

Gabriel conoció a Eva hace varias décadas ya. En ese entonces ambos eran si acaso poco más que adolescentes, aunque Gabriel desde joven había tenido ya varias novias y, tal como él se define, era «un cabrón». Cuando la vio por primera vez, supo que esa mujer representaría algo importante en su vida y se enamoró perdidamente de ella. Para su fortuna, el amor fue correspondido e iniciaron un feliz noviazgo en el que con frecuencia departían y la pasaban realmente bien. En una ocasión Gabriel le preguntó a Eva qué quería que le regalara para su cumpleaños y ésta le dijo que «serpientes», imaginando que al pedir algo tan absurdo Gabriel ni se molestaría en regalarle algo. Se equivocó, pues llegado el día Gabriel llegó con 2 serpientes como mascotas y ante la sorpresa de todos, Eva las aceptó y las cuidó como lo habría hecho con otro animalito que le hubiera regalado.

Por supuesto, en este mundo todo se sabe y en una ocasión una de las pasadas novias de Gabriel armó una escena frente a Eva y a los padres de ésta. Los encontró yendo hacia algún lugar y a voz en cuello le pidió a Gabriel que dejara a Eva porque él debía estar con ella, aunque no la quisiera. Durante esa tarde Eva quedó muy consternada y al otro día en que Gabriel fue a visitarla, el padre de Eva le dijo que «ella había decidido que lo mejor sería que ya no se vieran más» porque «no quería causarle ningún problema ni meterse ella en problemas tampoco». Gabriel comprendió que tenía todas las de perder, pues él era como era y no iba a cambiar; le regaló a Eva un reloj que siempre cargaba consigo para que lo recordara y sin más se marchó del país, tratando de olvidar lo que pudo ser o lo que pudo tener con Eva.

Gabriel siempre ha dicho que «es un mujeriego» (por otro lado, si yo tuviera que enumerar sus virtudes y talento, por supuesto que sobrepasarían lo que algunas personas consideran sus defectos) pero no sólo lo dice sino que lo demuestra perfectamente. A los pocos meses en el extranjero se casó con la que sería la madre de sus hijos y borró a Eva de su memoria. O al menos así lo pensó él.

Hace pocas semanas, después de más de 3 décadas de haber conocido y vivido ese pequeño episodio con su amada Eva, habló por casualidad con alguien quien le mencionó que «la señora Eva tal quería platicar con él». Al principio pensó que era una cita de trabajo más, pero al ver bien el nombre y los apellidos, su corazón dio un vuelco e imaginó por una fracción de segundo que tal vez sí, que tal vez se trataba de SU Eva a quien reecontraría más de 30 años después de no haber sabido jamás nada más de ella. Llegó el día del encuentro y simplemente no lo pudo creer: ahí estaba frente a él, esa mujer a quien un día había amado profundamente y a quien él creía olvidada.

El encuentro fue una situación extraña para ambos, por supuesto, pero Eva le contó con lágrimas en los ojos cómo había sufrido cuando partió y cuántas noches había soñado con que volvía por ella. Las serpientes que alguna vez le regaló en broma las había conservado por mucho tiempo, hasta que mordieron a alguien y se debieron deshacer de ellas. Estaba consternada porque el reloj que Gabriel le había regalado se lo habían robado apenas hacía un par de años, pero en cambio él apareció. Le confesó que atesoraba ese reloj como un fetiche del recuerdo de Gabriel y que siempre la acompañaba en los momentos difíciles. Por supuesto, se casó y tiene hijos y es ahora una señora respetable por lo que la historia, por su parte, se ha quedado tan sólo en «lo que pudo ser».

Gabriel no sabe qué hacer. Él quedó sorprendido cómo pudo ser que en cuanto vio a Eva le pudiera seguir gustando. A Gabriel no le gustan las señoras de 50 años o más, piensa que tener alguna relación con alguien así es contra natura y él opta por la juventud. Pero Eva… él admite que es ciertamente la única «señora» que realmente le atrae pero por otro lado sabe que lo que el tiempo cambió ya no puede dar marcha atrás. Ya no tiene caso buscar un futil intento por hacer algo que nunca sucedió, reescribir una historia en la que sus caminos se separaron incluso antes de empezarla. Pero cómo duele la duda, el «qué habría pasado si…», ¿verdad?. Lo más seguro es que esta historia haya terminado así. ¿O quién sabe?. Cuando vuelva a ver a Gabriel le preguntaré.

Como ya lo he dicho ad nauseam, a mí no me gusta «celebrar» lo que las empresas TE OBLIGAN a celebrar en alguna fecha determinada, pero últimamente he tratado de ser un poco más tolerante con la gente y comprender que algunas personas tienen necesidad de tener «un día especial» (aunque los obliguen a comprar y regalar flores y chocolates y todas esas cursilerías) y ahora trato de seguir un poco la corriente. De todas maneras, no pude evitar que este «14 de febrero» me pusiera a pensar en historias de amores imposibles y desamores reales, palpables, cotidianas, humanas y no plásticas.